La disolución de una sal comporta la ruptura de los enlaces de su retículo cristalino, que da lugar a la aparición en la disolución de los iones que forman la sal. Esto supone que debe superarse la energía reticular, a lo que contribuye la energía que se desprende al solvatarse la sal, es decir, la resultante de la atracción que las moléculas del disolvente polar ejercen sobre los iones de la red cristalina.
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