A pesar de todas las investigaciones previas, avisos, suposiciones, previsiones, ni el presidente de Estados Unidos, ni el piloto que lanzo la bomba sobre Hiroshima, conocían el poder real de destrucción de aquel invento diabólico. Sólo cuando la gran nube plagada de muerte se elevó hacia el cielo el mundo se hecho a temblar en un “qué hemos hecho”, a modo de arrepentimiento. El tiempo dedicado posteriormente a la investigación para el desarrollo de armas nucleares demostró que el aviso de Hiroshima no fue suficiente.
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