El hombre de los estrenos

El hombre de los estrenos de Leopoldo Alas Yo le conocí una vez que mudé de fonda, que, como diría D. Juan Ruiz de Alarcón: «Sólo es mudar de dolor». Entré en el comedor a las doce del día, y me vi solo. Habían almorzado ya todos los huéspedes, menos uno, cuyo cubierto, intacto, estaba enfrente del mío. A las doce y cuarto entró un caballero robusto, alto, blanco, de grandes ojos azules claros, con traje flamante, si bien de corte mediano, pechera reluciente, bigote engomado. Parecía un elegante de provincia. Me saludó con una cabezada, y con voz sonora, rimbombante, gritó, mientras daba una palmadita discreta: -¡Perico, fritos! Pedía huevos fritos, según colegí del contexto, o sea de los huevos que aparecieron acto continuo, fritos efectivamente. El caballero, a quien sin más misterio llamaré desde ahora D. Remigio, pues este era su nombre, D. Remigio Comella, para que se sepa todo, colocó a su lado, a la derecha, sobre el terso mantel, cinco...

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