El ser humano lleva milenios alterando genéticamente las plantas mediante la selección de semillas o el cruce de variedades de una misma especie. Los agricultores neolíticos domesticaban las variedades silvestres a base de repetidos ciclos de selección artificial según criterios de recolección o floración con el objetivo de mejorar la cosecha. Si los métodos tradicionales de hibridación consisten en cruzar organismos emparentados con dotaciones genéticas similares, la ingeniería genética permite la modificación selectiva de los genes de un organismo por inactivación de los ya existentes o por introducción de genes de otra especie (transgénesis). La incorporación de esta actividad supuso un avance cualitativo al combinar en el laboratorio varias especies no emparentadas filogenéticamente.
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